Una mirada desde la gestión de proyectos hacia la preservación del patrimonio cultural y su sostenibilidad económica.
El patrimonio cultural expresa la identidad, la historia y la diversidad de una comunidad o una nación. Por lo tanto, la conservación y restauración del patrimonio arquitectónico es una tarea fundamental para preservar la memoria colectiva y el legado cultural de las comunidades. No es menor su importancia.
Desde echeverrimontes hemos participado en numerosos proyectos de intervención y preservación del patrimonio cultural, y más allá de las particularidades de cada uno, existe un denominador común a la hora de evaluar el éxito de nuestro trabajo: la necesidad de garantizar la sostenibilidad financiera del conjunto arquitectónico, contemplando la viabilidad del inversionista o la participación conjunta con un ente público en figuras de asociación (como la participación público-privada).
Esto no siempre es sencillo. Pero sin dudas se trata de un factor indispensable para que el trabajo realizado tenga verdadero sentido, asegurando que el valor del conjunto pueda impactar de manera positiva y sostenida en la comunidad.
La dimensión financiera como garantía de sustentabilidad del patrimonio cultural
Uno de los principales desafíos a los que se enfrenta el patrimonio arquitectónico es su sostenibilidad económica. Es decir, cómo garantizar que su mantenimiento y gestión no supongan una carga financiera insostenible para las administraciones públicas o los propietarios privados.
Por ello es indispensable que, en el marco de la formulación de un proyecto exitoso de intervención y preservación, se contemple el desarrollo de un modelo de negocio estratégico. La idea es transformar el valor del inmueble patrimonial en una ventaja competitiva que asegure su sostenibilidad, capitalizando no solamente el inmueble en su calidad física, sino también su significado cultural. De esa manera es posible potenciar su reactivación funcional a través de la sostenibilidad económica.
En concreto, de lo que se trata es de incorporar en los proyectos un aspecto financiero que contemple las posibles fuentes de ingresos que puede generar el patrimonio arquitectónico. Entre estas fuentes se encuentran:
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La puesta en valor de las infraestructuras para renovación de su uso y funcionalidad, y/o la adición de nuevos componentes arquitectónicos.
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La gestión pública o privada de servicios educativos, recreativos y turísticos a los visitantes.
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La creación y comercialización de productos culturales basados en el patrimonio, como libros, revistas, películas, documentales, exposiciones, espectáculos y artesanías.
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La organización de eventos culturales que promueven el conocimiento y la participación ciudadana en torno al patrimonio, como festivales, ferias, concursos y talleres.
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La cooperación entre entidades públicas y privadas para el desarrollo de proyectos culturales que involucren al patrimonio como recurso estratégico para el desarrollo local.
Estas actividades, sin embargo, deben realizarse con respeto al valor histórico-artístico del patrimonio arquitectónico y, cuando es posible, con participación de la comunidad, de manera que puedan aprovecharse al máximo sus beneficios económicos y sociales. No hay que perder de vista que estas iniciativas pueden generar empleo e ingresos para los agentes culturales locales, y fortalecer la identidad y el sentido de pertenencia de los habitantes. También es importante destacar que la valoración del patrimonio cultural le aporta un plus significativo al modelo de negocio, y resulta crucial para reforzar el significado cultural de los bienes y su incidencia en el desarrollo cultural y económico de un país.
Algunos riesgos y cómo mitigarlos desde una gestión inteligente
El desarrollo de modelos de negocio para los espacios patrimoniales conlleva, también, algunos riesgos y desafíos que deben ser considerados y gestionados adecuadamente. Por ejemplo, el deterioro o pérdida del patrimonio a partir del uso intensivo o inadecuado de los espacios, o su banalización a través de la sobre adaptación a las demandas del mercado o del público masivo.
Sin embargo, mitigar estos riesgos es perfectamente posible cuando la gestión del proyecto incluye desde su diseño una serie de medidas y buenas prácticas orientadas a valorizar los espacios de manera transversal e inclusiva. Algunas medidas pueden ser:
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Generar políticas públicas que promuevan la preservación cultural con una perspectiva amplia y suficiente para el aseguramiento de la sostenibilidad y el desarrollo cultural y económico del país.
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Establecer un marco legal e institucional que regule y proteja el patrimonio cultural como un bien público y un derecho humano.
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Realizar diagnósticos participativos que identifiquen las necesidades, expectativas e intereses de los diferentes grupos sociales respecto al patrimonio cultural.
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Diseñar planes estratégicos que definan objetivos claros, indicadores medibles y acciones concretas para el desarrollo sostenible del sector cultural.
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Implementar mecanismos de financiación diversificados que garanticen la viabilidad económica y social de los proyectos culturales relacionados con el patrimonio.
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Promover la formación continua y la innovación en las competencias profesionales y creativas de los agentes culturales vinculados al patrimonio.
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Fomentar la participación ciudadana activa e inclusiva en todas las etapas del ciclo de vida del patrimonio cultural.
Estas son algunas mejores prácticas que pueden contribuir a crear modelos de negocio exitosos que generen valor económico y social, respetando y valorando el patrimonio cultural de una ciudad.
Sin dudas, los espacios patrimoniales y su expresión arquitectónica son elementos clave para el desarrollo social, cultural y económico de las comunidades. Debido a eso, su conservación y restauración requiere de un enfoque integral que combine aspectos técnicos, financieros y participativos, de forma que se pueda garantizar su preservación para las generaciones presentes y futuras.